Chopin.

29 enero 2016

Soledad escogida, soledad fecunda.







De vez en cuando y por una mañana o una tarde entera, debiéramos sumergirnos en baños de soledad y silencio. Disciplina excelente que fortalece el espíritu y ayuda a ir encontrándonos con nuestro ser más profundo y verdadero. No le temamos a la soledad. Aprendamos a amarla.

La soledad no existe en realidad para quien sabe poblarla con sus razonamientos y sus meditaciones. Fue el gran poeta español Luis Góngora, quien sabiamente dijo: "A mis soledades voy, de mis soledades vengo, porque para estar conmigo me basta mi pensamiento".
Tampoco le temamos al silencio. El silencio vitaliza nuestra mente y su sistema nervioso, y dotará de solidez y fuerza expresiva a las palabras cuando salgamos de nuestras treguas de mutismo y tornemos a hablar.

No es que la relación social sea mala, ni indeseable la comunicación hablada, pero a veces nos metemos y enredamos demasiado en el ajetreo y la palabrería del mundo.
Tendamos al equilibrio interno y al reencuentro con nosotros mismos.

Regalémonos de vez en cuando baños de soledad y silencio.

Solamente en el silencio y en la soledad se encuentra la paz y la respuesta a todas nuestras preguntas... escuchemos el infinito y estaremos escuchando no solo nuestra propia voz, sino también la voz del Universo.

La meditación es el acceso, es la puerta que nos comunica con el conocimiento interior. Muchas veces cuando pedimos algo, nos preguntamos ¿Por qué no se nos concede nada de lo que pedimos? la meditación es la forma que tenemos de escuchar su respuesta.

15 enero 2016

Lo inevitable.

Sé que existe, pruebas no me faltan.

Aura envolvente que desde el pasado acompaña cada paso. Que se asoma en ese instante en el que un pequeño ser floreciente sale al mundo sin conciencia de lo que le deparará su breve o longeva existencia; pero que paciente, suele quedar a la espera. Impregnada en monumentos, en edificios o en plazas, no sabemos si es él, o ella.

¿Qué más da? ¿Acaso importa?

La vida es medio, es camino, es cauce. Y cual agua de río, vamos fluyendo. “Eso (a)”, cual árbol, acompaña y da sombra al sendero. A veces se asoma, se presenta dejando un rastro de escalofríos o lágrimas, de duelo, de desesperanza. A veces es cordialmente invitada.

Hay sociedades que la veneran, la siguen, la esperan. Otros, un poco más cobardes, preferimos temerla.

¿Por qué no nos develas tu gran misterio?, ¿por qué no nos concedes saber si es dulce tu morada?, ¿acaso temes decirnos, que cómo llegas te vas?, ¿qué eres cómo ese amor fugaz que tras encender la llama se consume?

Sí, eso me temo. Me temo algún día partir sin pena ni gloria, desaparecer y consumirme y no ser más que polvo.

Ser un adiós definitivo e hiriente…

Los de arriba del muro

Sin lugar a dudas, “La Divina Comedia”, de Dante Alighieri, es una obra literaria que debe ser releída una y otra vez a lo largo de nuest...