Chopin.

22 diciembre 2014





Todos recordamos con nostalgia aquellas navidades de hace años: la ilusión de los niños por armar el árbol y hacer el pesebre; las tarjetas para los amigos y parientes; la familia reunida en torno a la mesa, la cena de Nochebuena y la Misa del Gallo; el pan de pascua y todo esos dulces tan esperados; la ilusión de los juguetes que nos traía el viejo pascuero y teníamos que poner los zapatos para que no se olvidara de nosotros, la esperanza de un Nuevo Año mejor... 
Sinceramente: ¿Qué nos queda de todo aquello? 

Hoy los niños ya han elegido sus regalos en las revistas que publicitan las grandes tiendas y sus papás se los dan pronto, se supone que para que los disfruten durante toda la Navidad... 

La Navidad es una fiesta llena de nostalgia. Se canta la paz, pero no sabemos construirla. Nos deseamos felicidad, pero cada vez parece más difícil ser feliz. Nos compramos mutuamente regalos, pero lo que necesitamos es ternura y afecto.

Cantamos a un niño Dios, pero en nuestros corazones se apaga la fe. La vida no es como quisiéramos, pero no sabemos hacerla mejor. No es sólo un sentimiento de Navidad. La vida entera está transida de nostalgia. Nada llena enteramente nuestros deseos. No hay riqueza que pueda proporcionar paz total. No hay amor que responda plenamente a los deseos más hondos. No hay profesión que pueda satisfacer del todo nuestras aspiraciones. No es posible ser amados por todos. 

La nostalgia puede tener efectos muy positivos. Nos permite descubrir que nuestros deseos van más allá de lo que hoy podemos poseer o disfrutar. Nos ayuda a mantener abierto el horizonte de nuestra existencia a algo más grande y pleno que todo lo que conocemos. Al mismo tiempo, nos enseña a no pedir a la vida lo que no nos pueda dar, a no esperar de las relaciones lo que no nos pueden proporcionar. 

Es fácil vivir ahogando el deseo de Infinito que late en nuestro ser. Nos encerramos en una coraza que nos hace insensibles a lo que puede haber más allá de lo que vemos y tocamos. La fiesta de la Navidad, vivida desde la nostalgia, crea un clima diferente: en estos días se capta mejor la necesidad de hogar y seguridad. 

Si uno es creyente, la fe le invita estos días a descubrir ese misterio, no en un país extraño e inaccesible, sino en un niño recién nacido. Así de simple y de increíble. Hemos de acercarnos a El como nos acercamos a un niño: de manera suave y sin ruidos; sin discursos solemnes, con palabras sencillas nacidas del corazón. 

Más allá de la nostalgia, la Navidad siempre nos deja buenos momentos, oportunidades de estar con aquellos que queremos, por tanto, la actitud es esencial para afrontar con optimismo una fecha que nos invita a descubrir el valor de lo esencial. 
La Navidad es un tiempo de reencuentros, de familia y de perdón.

Los de arriba del muro

Sin lugar a dudas, “La Divina Comedia”, de Dante Alighieri, es una obra literaria que debe ser releída una y otra vez a lo largo de nuest...