Atravesaste el ocaso del día para
llegar muy lejos, tendiendo un improvisado puente al pronunciar un te quiero, cuyo
sonido parecía precipitado al tiempo, pero llegó como regalo envuelto de un
sentimiento sincero. Humedeciste un beso que desnudo nació de tu boca depositándolo
entre la marea de mis versos y mis labios fabricaron otros infinitos de dulce
aliento para disipar la niebla que pudiera opacar la sonrisa. Me trajiste la
visión de una abrasadora noche bajo las estrellas y en ti busqué la inspiración
que despliega las alas de la imaginación, como caricias nuevas trazadas en
lugar de las palabras, seduciendo en armonía al impregnarse de aquello que al
querer puede ser cierto. Le preguntaste mi nombre al viento que acariciaba tu
momento y descubriste el sabor de mi boca entre el ardor de tus secretos, así
te dormiste, abrazado al aire, refugio de la noche que nos
espera.
Los de arriba del muro
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